La Energía Nuclear, desde sus inicios, ha suscitado un gran interés y recelo en la humanidad. Debido a sus primeras experiencias prácticas asociadas al uso militar en enfrentamientos bélicos, se ha ido creando una cierta desconfianza y desconocimiento sobre el amplio espectro de aplicaciones pacíficas y de gran beneficio eléctrico con el que cuenta este tipo de energía.
Los primeros filósofos griegos fueron los encargados de empezar a definir el concepto de átomo en el siglo V a.C. y fue, a partir de entonces, cuando comenzaron distintas indagaciones sobre la Energía Nuclear, desde las investigaciones iniciales hasta el uso de la bomba atómica en la Segunda Guerra Mundial.
En el año 1939, un físico alemán de origen judío llamado Albert Einstein aparece en escena e incentiva el empleo de la Energía Nuclear en ámbitos que no fuesen estrictamente científicos. Este hecho favoreció que gobiernos como el de Estados Unidos impulsaran la creación de la bomba nuclear para usos civiles.
LAS CONSECUENCIAS DEL USO MILITAR
Little Boy y Fat Man fueron las primeras bombas en lanzarse por parte del ejército de los Estados Unidos, liberando cantidades devastadoras de energía y provocando miles de víctimas directas y daños materiales en las ciudades japonesas de Hiroshima y Nagasaki durante el verano de 1945.
Posteriormente, y a raíz de los indicios de peligrosidad de las armas nucleares, empezaron a crearse tratados que regulaban el desarrollo y la no proliferación nuclear, inicialmente en Norteamérica, finalizando con la creación del Plan Marshall en 1947, iniciativa de contención que dio origen, entre otros hechos, a la Guerra Fría y los continuos enfrentamientos entre la Unión Soviética y Estados Unidos durante más de 40 años.
El 1 de julio de 1968, EE.UU, la URSS, Reino Unido y 59 países firman el Tratado sobre la No Proliferación de Armas Nucleares (TNP) del que, actualmente, forman parte 189 estados a nivel mundial. Este tratado es un acuerdo internacional por el que los países no poseedores de armas nucleares (NPAN) se comprometen a no recibir ni fabricar armas de estas características y establecer las salvaguardias indispensables para su correcto cumplimiento.
ESPAÑA, UN ORIGEN PROMETEDOR
El uso de la Energía Nuclear en España se mantuvo desde el primer momento alejado de las funciones militares originarias en otros lugares del mundo y se centró en solucionar los problemas energéticos que se estaban sucediendo a finales de los años 40 en todo el país.
Por otro lado, también se convirtió en un complemento fundamental en la producción de energía eléctrica de las centrales térmicas e hidráulicas existentes durante la postguerra. Una figura clave en este ámbito fue el científico José María Otero de Navascués, padre de la energía nuclear española, que aconsejó al CSIC (Centro Superior de Investigaciones Científicas) para que empezara a investigar y a formar a futuros profesionales en este tipo de energía.
La primera producción eléctrica española se produce en la central nuclear José Cabrera de Zorita, Guadalajara, en el año 1968, y fue la precursora de muchas otras centrales a lo largo de la geografía española. Ha estado activa durante más de tres décadas, paralizando su producción en 1984 tras un balance muy positivo en los datos obtenidos durante toda su vida útil.
La aparición de nuevas centrales nucleares se van sucediendo progresivamente tras esta primera y, en función del año de apertura, se clasifican en tres etapas. La central Santa María de Garoña (Castilla y León) y Vandellós I (Tarragona), junto a José Cabrera, pertenecen a la primera etapa, cuyo funcionamiento se inició en la segunda mitad de los años 60.
SEGUNDA ETAPA DE CRECIMIENTO
A comienzos de los años 70 se empezaron a fraguar los cimientos de la segunda promoción de centrales nucleares en España. A este grupo pertenecen Almaraz (Cáceres) y Ascó (Tarragona), ambas con dos reactores en su origen, y Cofrentes (Valencia), que fueron conectadas a la red entre los años 1983 y 1986.
Estos cinco reactores tuvieron un proceso de construcción que se dilató en el tiempo a lo largo de unos diez años, ya que fueron autorizadas entre 1971 y 1972, pero no comenzaron a producir electricidad hasta los años 80 debido a las incertidumbres políticas derivadas tras el fin de la dictadura franquista.
Durante este periodo, España se convierte en la séptima potencia nuclear del mundo, siguiendo los pasos de países como Estados Unidos, Reino Unido, Japón, Alemania Federal, Unión Soviética o Francia.
ÚLTIMA FASE ACCIDENTADA
En la tercera etapa se encuentran las centrales nucleares de Trillo y Vandellós II, que también pasaron por un proceso de construcción dilatado y pausado y bajo la mirada de las políticas llevadas a cabo a finales de los años 80 en España.
Sumado a estas incertidumbres gubernamentales, en 1989 se vivió el primer accidente ocasionado en una central nuclear española, concretamente en Vandellós I, considerado de nivel 3 en la escala INES (International Nuclear Event Scale), que se saldó, afortunadamente, sin victimas ni daños en el núcleo o escapes de productos radioactivos.
A pesar de este contratiempo, la industria nuclear española se consolidó en esta etapa gracias a la puesta en marcha de un gran número de empresas de servicios especializados y de la construcción de fábricas, equipos y obtención de combustible, así como de la creación de la entidad pública Empresa Nacional de Residuos Radiactivos (ENRESA).
Todo este aumento de actividad implicó una firme apuesta por las nuevas tecnologías y la formación de especialistas y técnicos, dando como resultado un parque nuclear de gran calidad, unos equipos de trabajo expertos y unas cifras de participación en la creación de centrales que pasaron de un 43% en la primera fase a un 85% en la tercera etapa.
INDUSTRIA NUCLEAR ESPAÑOLA ACTUAL
En la actualidad, en el panorama español se encuentran activas solo cinco de todo el entramado de centrales nucleares que han existido en la historia de España, siendo Ascó, Almaraz, Cofrentes, Vandellós y Trillo las que siguen funcionando en sus ubicaciones de origen. Almaraz y Ascó continúan contando con dos reactores, y Garoña, que estuvo en funcionamiento constante desde 1971 hasta 2012, está en proceso de regreso a la actividad, y se pretende prolongar su vida útil hasta pasado el año 2031.
El sector de la Energía Nuclear en España está produciendo en las últimas décadas más del 18% de la electricidad total del país, contando con un 8,14% de la potencia instalada frente a otras energías. En el año 2015, las cifras llegaron a posicionar a la Nuclear como líder en cuanto a generación eléctrica con un 23,9% según datos de Red Eléctrica de España (REE), por delante de la Eólica (19%), la Hidráulica (11%) y la Solar (5,1%).
Sin embargo, las importaciones de productos energéticos que consume España están cerca del 85%, cifra relativamente alta en comparación con otros países pertenecientes a la Unión Europea, que superan ligeramente el 50% de dependencia energética exterior.
A pesar de ello, la capacidad de mantener las centrales nucleares operativas y de incluir en ellas las optimizaciones técnicas que se han ido desarrollando a lo largo de los años podría ocasionar una mejora en el suministro eléctrico en España, incentivar la economía y ser una industria generadora de empleo continuo.
Además, en los próximos años, los países industrializados van a necesitar una potencia eléctrica mayor para hacer frente a los futuros retos industriales y, puesto que la Energía Nuclear, junto con la Hidráulica, son las únicas no productoras de CO2, se garantiza el abastecimiento ante la demanda, con unos costes muy competitivos y menos inestables que los del Gas o Petróleo.